Me
preguntan si he leído algún libro más de una vez. Veamos,
que recuerde, cuento
tres nada más a los que he dado una segunda lectura, releídos
a una edad distinta de la primera vez o en otro idioma; obras que nos
fascinaron o conmovieron tremendamente al principio y de las que
queremos comprobar la persistencia de su poder, la
durabilidad de su hechizo.
Entonces me pregunto
por qué guardamos tantos libros en nuestras casas, centenares,
para no volver a abrirlos
más.
Para
sentirnos orgullosos de nuestras propiedades o
para
conservarlos para
prestarlos a quien merezca leerlos
o para
mantener presente, ahí
quietos y cerrados, el recuerdo del placer, la indiferencia o el
tedio que nos proporcionaron en su momento.
Mientras, con un tercio leído de un libro de casi mil páginas en las manos del que estoy disfrutando, las estanterías
continúan llenándose.
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