domingo, 25 de junio de 2017

EL SER HUMANO AL DESNUDO. EL MOTEL DEL VOYEUR

Habréis leído algo de esta historia. Gay Talese mantuvo contacto durante varios años (desde 1980) con el propietario de un motel en las afueras de Denver que le confesó que había instalado un sistema de observación en gran parte de las habitaciones a través del que, escondido en los techos, espió a sus clientes durante más de dos décadas (desde mediados de los años setenta). Desde una plataforma elevada observó por una falsa rejilla de ventilación a parejas, matrimonios, extraños y amantes que se amaban, peleaban, ignoraban o se aburrían en las habitaciones durante unas pocas horas de sus vidas. Y la vida y las vidas seguían sus cursos fuera del motel. Una vez presenció un asesinato. Talese (y su protagonista que lo consiente) lo cuenta en El motel del voyeur, obra que no ha visto la luz hasta este año.

El espionaje sexual, abundante y de variada modalidad, no es el aspecto más perturbador ni sugerente de los archivos escritos de Gerald Foos, sino la revelación de los aspectos más mezquinos, sórdidos, desoladores y a veces simplemente comunes y cotidianos que él presenció y que los demás, nosotros los humanos, nos guardamos en la intimidad de nuestras vidas, en el escondrijo pasajero que puede ser una habitación de motel. La hipocresía, la falsedad, la ignorancia, la soledad, la incomunicación. Desde los techos lo presenció y se lo quedó para sí, sin contárselo a nadie hasta que se lo dio a leer a Talese.

Foos fue testigo de los cambios de hábitos sexuales en la Norteamérica de los setenta y ochenta a través de las costumbres y encuentros de sus clientes, pero sobre todo fue un observador pesimista del comportamiento humano que le llevó a desconfiar de la gente y a aislarse. En su ancianidad, retirado de los moteles y del voyeurismo, reflexiona (y nos empuja a hacerlo) sobre la inofensiva picardía de sus actos y la sospechosa justificación de otro tipo de observación pública. Su obsesiva afición y adicción solo buscó su propia satisfacción sin dañar nunca a ninguno de sus clientes observados. ¿Merece la censura ese espionaje privado con el ojo continuo con el que los gobiernos y el sistema nos miran y controlan (internet, redes sociales, correos electrónicos, drones, cuentas bancarias, cámaras de vigilancia) sin nuestro consentimiento y dejándonos a merced del uso que les plazca?

miércoles, 7 de junio de 2017

UNA VIDA. MI MADRE

Yo, tú, nosotros, nuestras familias, los vecinos, la gente que nos acompaña a diario en el trabajo o de camino al trabajo… quizá merezcamos unas líneas que pasen por nuestras vidas, por estas nuestras vidas que puede que no sean dignas de comentario, por momentos y experiencias carentes de sacrificios, gloria, grandes esfuerzos o heroicidades. Podemos contar nosotros esas vidas o dejar que las cuenten por nosotros, desde el anonimato que nos cobija o en la escritura de quien llegue mucho más allá de la privacidad, de quien dé luz a nuestras vidas contadas. Para que alguien sea conocedor de ellas, para que rindamos cuentas con nuestro pasado.
 
Richard Ford escribió el texto autobiográfico Mi madre en poco más de 70 páginas. Las suficientes para contar magistralmente la larga vida triste, anodina, más bien vacía, conformista de su madre; alguien a quien la maternidad le llegó de sorpresa sin estar nunca preparada para la felicidad, pero una madre, una madre, a la que decir 'te quiero'. Por esas pocas páginas, en las que el autor admite no recordar o no conocer detalles de su madre y de sus padres que en realidad poco importa saber, se deslizan silenciosas, atrapadas por los ambientes que Ford describe en relatos como los de Rock Springs o novelas como Canadá, salpicaduras de la vida de una madre a los ojos de su hijo, desde los primeros viajes en coche a las necesidades finales de cuidados, la distancia y el abrazo. Suficiente para comprender la misteriosa verdad de las cosas que importan.