Hay
un aspecto, un detalle agradecido y sincero de Pierre Lemaitre que me
gusta mucho de sus obras que he leído: que al final de cada historia
reconozca, nombrándolos, haber tomado citas (algunas modificadas) de
autores que admira. El Lemaitre que hasta ahora conozco es el creador
del comandante Camille Verhoeven, inteligente, pertinaz y sufrido
protagonista de las cuatro novelas negras, retorcidas y salvajes del
autor francés: el ciclo que forman Irène, Alex, Rosy y John y
Camille, una serie que empecé en 2015 y a la que acabo de poner fin.
Con
Lemaitre yo también debo ser agradecido. Por agarrarme desde sus
páginas y llevarme por sus traumatizantes casos infectados con saña
de sangre y horror y sus ágiles y concienzudas investigaciones en un
carrusel frenético
de tensión y expectación.
La novela negra suele tropezar con sus propios tópicos
en personajes y motivaciones, ambientes y desenlaces previsibles,
costumbres
que a menudo trivializan el género, pero que Lemaitre esquiva o
espanta con la brillantez de una prosa sin respiro y los giros
impredecibles de tramas asfixiantes.
Tiene
que ayudar que nuestro héroe, los 1,45 metros que mide Verhoeven,
conduzca la nave con la seguridad de un capitán intachable. Y
Verhoeven, con sus caídas y desgracias, la pasión por su trabajo y
las nuevas oportunidades (lejos de esos molestos tópicos) consigue
que nos entreguemos a él y a su creador.
Del
ciclo, si debo escoger una, me decanto por Alex. El otro Lemaitre también me espera.
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