sábado, 28 de mayo de 2016

33 REVOLUCIONES POR MINUTO. HISTORIA DE LA CANCIÓN PROTESTA

La política y la canción no casan bien. Una ha activado a la otra como canal de protesta y denuncia, pero la otra no ha logrado cambiar los vicios y miserias de la una. No, la música, no va a transformar el mundo. Todo un siglo de agitación, enfado, furia y activismo contra el poder avaricioso, la corrupción y las injusticias a través de la música para nada más que para advertir que las causas que encienden la lucha no dejan de repetirse. Un libro, un libraco excepcional que edita Malpaso, recoge en más de 900 páginas la historia de esas canciones protesta y los músicos que las crearon en los turbulentos ambientes que las motivaron. Dorian Lynskey, periodista del The Guardian, lúcido cronista y apasionado indagador musical, firma el magnífico tomo 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta.

La grandeza de esta obra voluminosa se encuentra en varios aspectos. Estos dos resumen todos los aciertos: la explicación precisa del contexto histórico y social en que se producen los acontecimientos que provocan la indignación de los músicos y alientan sus respuestas (la segregación racial, la guerra, el hambre, la pobreza, la crisis, el poder dictatorial); la claridad con que el autor expone hechos y los enlaza con los actores de la protesta a través de la música (Woody Guthrie, Bob Dylan, Bob Marley, Víctor Jara, John Lennon, Fela Kuti, Public Enemy, Stevie Wonder, Bono, Billy Bragg y otros con menos literatura como Crass, Manic Street Preachers, Last Poets o Huggy Bear) Con rigor y magistral agilidad, Lynskey condensa historia y legado musical mediante obras y juicios que evidencian la coherencia de algunos discursos contra el sistema o el oportunismo y la ambiguedad de otros. Apasionante. Imprescindible.

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viernes, 13 de mayo de 2016

LEER EN...


Lugares donde leer. Maneras distintas de experimentar el viaje y su placer. Las he visto confesadas en alguna parte o las he escuchado en momentos de revelaciones íntimas. Quiero aportar mis sensaciones.

-Leer en la cama
 
Mortecina resiste la luz de la lámpara desde la mesilla, pesan las pestañas y asoman lágrimas de escozor en los bostezos. Acaba el día y nos abrazamos al libro, de sus páginas sale una realidad alternativa que apaga nuestras obligaciones cotidianas hasta unas horas más tarde. Somos sus protagonistas, en reposo y sin peso, en los últimos suspiros del día.

-Leer en el parque
La gente vive a nuestro alrededor a distintas velocidades. Nosotros estamos quietos, con el cuerpo amoldado a las curvas de un banco, la brisa en la cara, ajenos al frío o al calor. Habla o susurra la naturaleza, que ahoga el zumbido lejano del mundo. Un insecto, una rama o una hoja fugitivas caen para entrometerse en el relato, amigas pasajeras de las palabras.

-Leer en un café
Llega humeante el café en la taza o susurran traviesas las burbujas de un refresco. Un sorbo antes de abrir el libro por donde lo habíamos interrumpido, el canto sobre la madera o el mármol, las manos en las páginas, atrapados en nuestro silencio. Alzamos la vista para que la curiosidad se detenga en un rostro o un comentario mientras el libro espera.

-Leer en el baño
Aprovechar el tiempo sin ser conscientes de su paso después de la comida, al comienzo del día o poco antes de despedirlo. Allí nos espera el ejemplar cerrado reclamando ser abierto. En la más fisiológica de nuestras intimidades, sin escrúpulos ni delicadezas. Alivio y placer. ¿Qué mejor manera de guardar la fidelidad al libro que recreándonos en nuestras costumbres?