lunes, 28 de abril de 2014

ABRIL, 2014


¿Nos interesan en realidad las vidas de los escritores cuando disfrutamos tanto de las historias que nos cuentan en tercera persona? ¿Qué les hace a ellos pensar que sí nos interesan tales actos de vanidad? Los escritores, los que son y los que de algún modo somos, son (somos) vanidosos por naturaleza. La vida hasta los 21 años que Patrick Modiano cuenta en Un pedigrí, en ese París flotante que se recuerda en el ensueño y se pierde, a mí no me interesa. La de Paul Auster hasta la misma edad, que recoge ese hombre adulto en su Informe del interior, a mí sí me interesa, aunque no haya nada extraordinario en el relato. Cuestión de gustos básicamente. Influye mucho, desde luego, el cómo se cuenta. Y ahí yo me decanto por la cercanía compartida de Auster.

La vida de Neil Young también me la sabía, pero me ha gustado descubrir cosas nuevas y en sus propias palabras, en sus memorias recién publicadas: El sueño de un hippie. Nada del otro mundo, pero entrañable, agradecido, sincero. Al menos eso parece. Y se disfruta si además el músico te gusta.

Dos obras cortitas en abril, no muy aconsejables: Todos los muertos tienen la misma piel (Boris Vian), zafia brutalidad racial (y además mal traducida por Edhasa). Lo que queda de nosotros (Michael Kimball), cruda confesión de la vejez, detallismo en carne viva que deja muy mal cuerpo.

Dicen (o publicitan) que El complot mongol (Rafael Bernal) inaugura el thriller policiaco mexicano, puede ser. Ágil y violento, cínico y despiadado. Pero su trama, lejos de enredarse, se evapora enseguida.

Y John Banville en su vertiente negra, a la que da el pseudónimo de Benjamin Black. Venganza, otra entrega de los casos del forense Quirke. La prosa elegante y descriptiva lleva de viaje a un Dublin de otro tiempo, pero el argumento flaquea sin dar lugar a la sorpresa. El Black más reciente promete mes y me espera para un próximo mes.

De postre, otra intriga, la de El gran festival de rock, pieza juvenil de la interminable obra de Jordi Sierra i Fabra. Amena y rápida, aunque facilona e improbable. Hasta el mes que viene.

miércoles, 23 de abril de 2014

DIAS DE LIBROS


Todos los días son para mí el Día del Libro. Yo regalaré uno, quizá me regalen otro. No importa, tengo páginas de sobra en los estantes que me piden cada día que las abra. En un rato me sentaré en mi trono, desde donde navego hacia islas con piratas, vuelo a balnearios para gente que se extinguen y llego a selvas envueltas en tinieblas. Ficciones o memorias, invenciones o verdades. Un día en el que no pase un libro por nuestras manos es un desperdicio. Feliz lectura.

sábado, 12 de abril de 2014

LOS RECUERDOS, AUSTER Y MODIANO


Hay formas y formas de contar una invención o un hecho: con frases cortas o largas, con las palabras precisas o las descripciones recargadas, con calificativos simples o adjetivos adornados, deprisa y despacio. Hay un escritor que decide y un lector que recibe. Paul Auster y Patrick Modiano, por ejemplo, como tantos otros autores (sino todos), escarban en su memoria al sentarse ante el escritorio. El primero ha optado por la exploración de su pasado en sus dos últimas obras, deteniéndose en la evolución de su físico y las experiencias más relevantes por las que ha pasado en Diario de invierno y recordando su infancia y su juventud y confesando el impacto que causaron en su forma de ser hechos, vivencias y películas en Informe del interior. El segundo, como en otros libros suyos, ha jugado a recomponer una identidad, la suya propia, con la narración veloz de sucesos, viajes y variopintas personas que conoce hasta alcanzar la mayoría de edad en el París que sucede a la Ocupación, con un padre y una madre que entran y salen de su vida sin preocuparse mucho de él en Un pedigrí, una de sus novelas más aclamadas.

Tipos observadores y solitarios ambos, de los que no encuentran mayor felicidad que la de pasear en solitario por las calles o gastar horas encerrado en una habitación con un libro. Uno me conmueve con sus recuerdos, simples vivencias que nos ocurren a todos y que nos definen, tan menudas que no sabemos ni describirlas o contarlas. Es Auster, con sus palabras cercanas que iluminan las páginas y me despiertan en cada libro las ganas de querer conocerlo y charlar un buen rato. Otro, al que le aplaudo alguna obra, ya se me aleja y me desinteresa. Es Modiano, al que su nostalgia flotante y perdida parece convertirlo en una persona de lo más gris.

miércoles, 2 de abril de 2014

TANTO QUE LEER, TAN POCO TIEMPO…


No pocas de las conversaciones que mi amigo Fernando y yo teníamos al abrigo cotidiano del Toll Gate de Turnpike Lane las rematábamos con un lamento por el exceso y el defecto: ¡cuántos libros nos quedan aún por leer y qué corta es la vida! Cuando años después nos seguimos reencontrando en algún momento de nuestros caminos y nos ponemos al día repasando las lecturas que han pasado por la alcoba regresamos siempre al mismo punto, a ese asombro por la magnitud que abarca la literatura y al deseo de acaparar la mayoría de sus palabras sin jamás poder conseguirlo: ¡cuánto qué leer y qué poco tiempo!

La frase, por cierto, viene que ni pintada para descartar con elegancia la lectura de un autor cuando a uno le es recomendado y las ganas de conocerlo son más bien escasas. Cuántos libros, sí, y necesitamos invertir también el tiempo en muchas otras tareas, obligaciones y distracciones productivas. Mientras uno lee Trenes rigurosamente vigilados y otro se dispone a indagar en un nuevo misterio de la mano de Benjamin Black/John Banville

Al dejarme caer por las librerías, entre los estantes de novedades, o por esas tiendas de segunda mano, rastros que acogen lo que tantos humanos descartamos, donde los tomos nos piden a gritos, con el precio de risa en la portada, que los llevemos a la cesta de la compra, pienso en la altura que alcanza la pila de lecturas pendientes y vuelvo a decirme eso de que tenemos tan poco tiempo… Quizá un día tenga que salir de casa para dejar espacio al acomodo de más libros.