martes, 24 de diciembre de 2013

ESTE AÑO HE LEÍDO MÁS QUE NUNCA


Este año he leído más que nunca. Los libros son una droga revitalizante que no te arruina. Los guardas sin necesidad de llevártelos de inmediato a las venas, pueden reposar años en las estanterías hasta que les encuentres el momento de abrirlos bajo la lámpara y aspirar el olor de sus páginas, de que te acompañen y sean parte de ti antes de devolverlos al mueble.

76 libros y muchos relatos, he perdido la cuenta. 60 autores diferentes (relatos y libros con firma colectiva aparte): 20 de USA, 10 ingleses, 8 españoles, 4 franceses, 2 irlandeses, 2 polacos, 2 alemanes, 2 austríacos, 2 italianos, 1 escocés,  peruano, 1 mexicano, 1 argentino, 1 chino, 1 sudafricano, 1 húngaro, 1 belga y 1 checo.

En lo alto, Scott Fitzgerald (Hermosos y malditos), justo por encima de Jonathan Coe (La lluvia antes de caer) y Julian Barnes (El sentido de un final). Días de lectura que se van, libros que llegarán.

jueves, 5 de diciembre de 2013

GAY TALESE Y EL ACTO/ARTE DE CONTAR


La pluma de Gay Talese traza lo que atrapa el visor selectivo de su rifle. Se queda con el detalle, el gesto sencillo y a veces imperceptible. Se detiene en personas corrientes y seres anónimos, en deportistas que pierden y héroes secundarios… o falsos héroes cuando se quitan el traje de faena, cuando salen de escena y se retiran del cuadrilátero. Escarba en alguien para traer al frente lo que está escondido, con lo que define su forma de ser y su comportamiento.

Las crónicas y reportajes de Gay Talese en la prensa americana dieron lustre al Nuevo Periodismo. No inventó nada, simplemente contaba lo que antes casi nadie contaba, tocaba la piel de los hechos y personas con el adorno justo para transmitir sus emociones. Entraba en un microcosmos para compartir sus menudeces y darles importancia. Para su novela Honrarás a tu padre convivió con la mafia e hizo comprender a sus capos, a sus señoras e hijos. Penetró tanto en sus rutinas que evitó enjuiciar sus reprochables actividades. Un repaso a sus Retratos y encuentros muestran a un informador curioso y atento, un descriptor pertinaz. Su estilo ágil y cercano ayuda a empatizar con los seres reales que acompaña: Sinatra, Ali, Joe Louis, DiMaggio, un redactor de obituarios…

Quienes nos pasamos los días convirtiendo el acto de escribir en el servicio de informar debemos marcar muy claramente la frontera que distancia los hechos simples y fríos de los relatos cálidos y adornados. Quisiéramos desnudar dioses y descubrir paraísos perdidos, pero nos debemos conformar con detallar una investigación judicial, cubrir un congreso o un claustro universitario, cuando no recogemos las denuncias que un político hace por lo que el Gobierno dicta y que antes él no dudaba en hacer cuando estaba en el poder. A veces, los géneros comunicativos nos dejan ciertas libertades narrativas y estilísticas que iluminan nuestro trabajo, mientras la mejor literatura la escribimos en nuestra desbordante imaginación.

domingo, 24 de noviembre de 2013

DOS MILLER


Te das cuenta, cuanto más lees, de todo cuanto aún te queda por leer. Las novelas cortas me acercan al umbral de ese pelotón inabarcable en el que me esperan los autores que aún no me he llevado a la boca. Tener buena parte de sus obras al alcance hace excitante el acto mismo de sumergirse en sus lecturas, de probar el agua con la punta de los pies y, si la temperatura es agradable, animarse a llegar hasta la cintura y quizá, con el tiempo, mojarse el cuerpo entero con obras de más volumen, más profundas. Mis últimas incursiones literarias se detuvieron en dos Miller, Henry y Arthur, autores de los que te sabes unas cuantas cosas de sus vidas y obras pero que tardas en entrar en ellas.

De Henry Miller escogí Días tranquilos en Clichy, el encargo que le hizo un erotómano estadounidense, un relato breve sobre las correrías sexuales del protagonista, ese Miller/Joey insaciable y con los bolsillos vacíos por las calles fantasmales de un bohemio París de otro tiempo. Sucio, seco y desalmado en las descripciones, pero con las huellas grises de una añoranza poética en sus evocaciones. Intuyo que en otro momento de mi vida, allá cuando pocas veces has pisado la alcoba, lo habría encontrado excitante y hasta idealista. Pero no ahora.

De Arthur Miller abrí las páginas de Una chica cualquiera. La celebridad la alcanzó con su obra de teatro (Muerte de un viajante, Las brujas de Salem…) pero mi primer chapuzón me lo he dado con esta novela corta escrita en 1992 que se despacha en una hora, el mustio retrato de una mujer del montón que recuerda por qué de sus 61 años de vida tuvo 14 buenos y el resto vacíos. El activismo político de Miller aparece aquí rebajado, acaso arrojado en pinceladas para rebajar a la mediocridad las ambiciones grandilocuentes que los izquierdistas radicales en los años treinta y cuarenta. En el fondo todos queremos ser felices, “¿por qué no tomando lo que se nos ofrece, pidiéndolo si no se nos ofrece y sin lamentar nunca nada?”.

jueves, 14 de noviembre de 2013

DOS TRAGOS DE JOSEPH ROTH


"El plebeyo es ambicioso, el hombre verdaderamente noble es anónimo. En la nobleza innata existe una fuerza que es mayor que la luz que irradia la fama, mayor que el brillo del éxito, que el poder del que vence.”
El triunfo de la belleza

La cita más o menos periódica con la biblioteca me permite ir tachando nombres y novelas de la lista de autores y libros pendientes. Quería entrar en Joseph Roth hacía tiempo y antes de decidirme por su última y más recordada obra, La leyenda del santo bebedor, me lancé de nuevo a la tentadora colección de novelas breves que ofrece la editorial Acantilado. Al azar escogí El triunfo de la belleza y Jefe de servicios Fallmerayer.

De Joseph Roth sabía de su autodestructivo final, ahogado en alcohol y enfermedad, de su carrera militar y de la fría precisión con que su lenguaje describía acciones desesperadas o estados límite. Sumergirme por primera vez en sus relatos me ha desvelado a un autor sin compasión con sus perdedores, a quienes prefiere no juzgar mientras los acompaña hacia su deriva.

En estos libros breves, en parte inspirados por situaciones reales que le afectaban muy de cerca, como la enfermedad de su esposa, Roth se muestra como un misógino rencoroso que lleva al hombre a una perdición amorosa que primero lo quema y después lo anula o que lo elimina directamente. Peleles sin brújula, sus hombres caen presos del encanto repentino de sus obsesiones. La tragedia que los liquida anticipa la propia consumación de este amargo autor.

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA COLÓN



El que resiste vence, creen algunos. Según… La Colón, entrañable librería de este y de otro tiempo, resiste. A la huida de lectores, a los bolsillos vacíos, a los alquileres por los cielos, a la hostelería que la esconde. En fin, se trata de resistir. Y de momento, ahí está, viva en una nueva calle, con la puerta abierta y ahora con un café al fondo, mientras lees un libro. Y todavía hay lectores y clientes fieles.

Allí, en la calle Real, compre mis primeros libros de cine y de música, recorrí hasta el alto techo las viejas estanterías de madera con sus libros ordenados por editorial. Los Cátedra para el bachillerato, los Anagrama de Narrativas, después los Compactos, Tusquets, Taschen… Las chicas que allí trabajaban me recomendaban libros o yo les pedía consejo. Compraba o regalaba. En la calle Olmos siguió la tradición en menos espacio. Menos oferta pero más selecta. Cambiaba el escaparate cada semana, se hacía temático, y una vez llegó a pasar allí la noche una mujer leyendo, ajena al paso de los viandantes. Yo seguía comprando, encargando, leyendo, entrando a mirar las novedades o a escuchar las conversaciones, a oír a las hermanas hablar de libros, de sus últimas lecturas.

Y seguiré en San Andrés, en la Nova Colón. La Colón. En busca de un libro.

viernes, 25 de octubre de 2013

LA LLUVIA ANTES DE CAER… LA VIDA EN NUESTRAS FOTOGRAFÍAS


Rosamond selecciona 20 fotografías de su vida y a través de ellas, de sus descripciones, de lo que enseñan y lo que esconden, le cuenta a Imogen, dondequiera que esté, su propia vida en una grabación que deja como último legado en sus horas finales en el mundo. Sus palabras moribundas relatan con un micrófono y unas cintas de casete una amistad desde la infancia, una ruptura, un amor, un paisaje, los vínculos de una familia, una tragedia, el abandono, la bondad, la soledad, el cariño y la falta de cariño, la inevitabilidad… Así hilvana Jonathan Coe La lluvia antes de caer, un giro en su obra satírica y humorística con una novela sorprendente, de una belleza cruel que se interna por las rendijas de nuestras entrañas y deja una huella abrumadora.

En algunos escritores británicos nacidos a mediados de la última década del siglo pasado se advierte una obsesión más martirizante que melancólica por rescatar de la memoria (real o ficticia) sucesos o vivencias que causaron perdurables conmociones. Se detectan en Chesil Beach (Ian McEwan) o El sentido de un final (Julian Barnes), incluso en El mar, del irlandés John Banville, excelentes obras éstas. También en el Coe de la hermosa y demoledora La lluvia antes de caer. Me dura el desasosiego, retornará a mí cada vez que recuerde esta historia o vea el canto del libro contemplándome desde la estantería.

jueves, 10 de octubre de 2013

ZWEIG… SER LEÍDO


El mayor premio, el premio más puro y originario, es ser leído.
En algunos autores encuentro la obligación personal de ser leídos y la voluntaria inclinación a recomendarlos. Acudo a las novelas cortas de Stefan Zweig con frecuencia, cada cuatro o cinco libros más largos que pasan bajo la lámpara durante el año. Es sano, medicinal, absorbente desde la primera frase, desvela las entrañas de la personalidad y la fragilidad del ser humano. Desde aquella primera lectura de un tirón de Carta de una desconocida, de madrugada en el interior de un coche, Zweig me llama a sus páginas. Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Ardiente secreto o Mendel el de los libros, alcanzan las alturas de aquella apasionada y resignada carta. ¿Fue él?, Leporella o Las hermanas dejan estupefacto.

La editorial Acantilado ha publicado gran parte de sus novelas cortas y algunas de sus obras más extensas, además de alguna antología. Zweig cultivaba el ensayo y la biografía, y sus viajes y ocupaciones le permitían penetrar con lupa analítica en el alma de las personas y en la realidad de las situaciones. Y compartirlo con una elegancia narrativa magistral. Su desesperanzado suicidio representa el agudo pesimismo que encierran sus historias. 

A Zweig, aconsejo, conviene tenerlo a mano.

lunes, 30 de septiembre de 2013

PREMIOS JUSTOS... KING Y EL NOBEL


Poco más (más bien nada) puedo añadir. Tan solo compartir. Me permito tomar prestadas


para que las lea quien aún no se ha tropezado con ellas y se deje caer por aquí. Si pudiera aportaría mi voto; sería para King, por ejemplo, antes que para Roth, Murakami o cualquier exótico candidato de las quinielas.

jueves, 26 de septiembre de 2013

UNA PUERTA QUE NUNCA ENCONTRÉ… RETRATO DE LA SOLEDAD

“La sola idea de esas vastas montañas de libros me volvía loco, cuanto más leía menos parecía saber.”

Entonces, en cualquier momento, el más inesperado, nos encontramos en las páginas de un libro y nos deslumbra la luz de nuestro retrato: lo que una vez fuimos y lo que en parte seguimos siendo. Somos quien sigue la línea errante de su camino, el que se detiene en sus paradas y absorbe lo que desfila ante sus ojos, el que quiere pisar donde nunca ha pisado antes y tachar de su lista el nombre de los pueblos, ciudades y estados que pasan bajo sus pies. Somos el solitario hambriento de libros, el devorador de palabras e imágenes. Somos el observador de nuestro barrio desde el alféizar de la ventana, quien escucha las conversaciones de los vecinos tumbado en el sofá, el ruido del tráfico y de los pasos que se cruzan en la calle. Y hay visiones y emociones que no sabemos explicar con palabras.

Thomas Wolfe me llamaba a distancia, pero no llegaba a escuchar su voz, su mensaje. Una puerta que nunca encontré, novela breve escrita en 1933, lo desnuda descriptivo en su paso callado por tres meses de octubre de su vida, en busca por la felicidad desde el umbral de su soledad. Wolfe murió joven, a punto de cumplir 38 años, la tuberculosis se llevó la emoción de su lirismo melancólico, cortó las alas de un ángel que nunca encontró su lugar en esta vida, la puerta que abrir, que cruzar y tras la que quedarse.

“Sencillamente, quería saberlo todo, y me volví loco cuando descubrí que no podría conseguirlo.”

lunes, 2 de septiembre de 2013

LOS COLORES DE ANAGRAMA



Unas veces frivolidades otras rarezas, casi siempre revelaciones sin importancia, las debilidades definen el lado freak de nuestro carácter. ¿Quién conversa con un amigo o un colega sobre el cambio de tipografía que Anagrama llevó a cabo hace unos pocos años en los títulos sobre las cubiertas de los libros de su colección Compactos? Yo lo hice hace poco. Nos gustaba más la tradición distinguida de la Times New Roman que los rasgos redondeados del nuevo diseño.

Porque siempre que llevamos los pasos hasta una librería lanzamos la vista en busca de novedades a los estantes coloridos, aquellos con el canto luminoso de los volúmenes de bolsillo de Anagrama Compactos, esos que luego iluminan nuestros armarios en casa y la hacen aún más acogedora. Esos libros entrañables que se ajustan a las manos y nos acompañan en la maleta en cada viaje.

El primero que compré debió de ser el de Lolita, el número 34 de color rosa claro, que ahora debe de ser el más gastado por las horas de reposo en los estantes y las manos prestadas. Después fue La conjura de los necios, el 38 y amarillo. Luego unos cuantos de Bukowski pintados de diferentes colores, Capote, Sharpe, Auster, Bolaño, Highsmith… hasta llegar a Banville, Modiano y Baricco. Caen algunos cada año. Son parte de mí esos libros, esos colores. No pasa un día que no levante la cabeza y veo la armonía caprichosa que los hermana uno al lado de otro ordenados alfabéticamente por el apellido del autor ante la mirada.

domingo, 25 de agosto de 2013

NOVELA SIN FINAL



Será porque cada día escribo algo que sé que nadie va leer hasta la última palabra por lo que dedico a cada autor de una novela el respeto de llegar hasta el final de sus obras. La vida es corta para leer tantos libros que nos apetecen y hay que ser selectivo. Pero no me gusta dejar una novela inacabada aunque no me guste la trama o me aburra su lectura. Si cuesta dios y ayuda, que cueste, pero hasta el punto final.

Que recuerde, me las vi muy duras para leer hasta la última línea de American Psycho (Bret Easton Ellis), obra que al día siguiente regalé para que no ensuciase mis estanterías. Fue un suplicio pasar por las páginas distinguidas de Ada o el ardor (Vladimir Nabokov), Luz de agosto (William Faulkner) o El lamento de Portnoy (Phillip Roth) hasta terminarlos. Otros libros empecé a leerlos a una edad que no era la adecuada, los olvidé y los rescaté años más adelante, como La montaña mágica (Thomas Mann). Algunas arduas empresas de lectura las acabaré asumiendo algún día. Eso creo que pasará con Ulises, Moby Dick o Bella del Señor, quién sabe cuándo. Otras no me atraen en absoluto, como la obra de Thomas Pynchon, la de William S. Burroughs o El señor de los anillos creo que me resultará difícil hacerles un hueco en la agenda.

Pero todos tenemos un libro que no acabamos de leer en su momento y desconocemos si algún día lo recuperaremos. En mi caso es El perfume, de Patrick Süskind, obra de la que una vez leí que Stanley Kubrick pretendía adaptar al cine y que finalmente lo hizo, y de manera extraordinaria, el director alemán Tom Tykwer. ¿Por qué me atasqué entonces con El perfume? Por sus detalladas descripciones, su preciosismo estético, su frialdad emocional. O por la incapacidad de oler lo que las palabras encierran.

jueves, 22 de agosto de 2013

NOVECENTO… LA MÚSICA, EL OCÉANO


Alessandro Baricco no acierta a calificar esta obra suya. Cuenta antes de empezar que la escribió para un actor y un director. Un monólogo teatral, podría considerarla. Una leyenda, así me gusta a mí llamarla. Lo que sea. De todos modos a él le parece “una historia hermosa que valía la pena contar”. Y le gusta pensar que alguien la leerá. No lleva más de una hora hacerlo. Es hermosa, vaya si lo es. Novecento (La leyenda del pianista en el océano).

Conocía esa historia. Aún no habíamos cambiado de siglo cuando vi la adaptación de Giuseppe Tornatore (hijo de puta, nos vacías de lágrimas con la pasión que vuelcas en las pasiones que nos enseñas). Salí entusiasmado del cine. He querido volver a ver alguna otra vez aquella película y parece que ahora me voy a animar a ello. Novecento (Tim Roth en el film) es un pianista excepcional que nunca ha bajado de un trasatlántico en el que deleita a los viajeros con su música extraordinaria. Allí nació, allí aprendió a acariciar las teclas, a conocer el mundo a través de los rostros y los gestos de la gente. Allí, balanceado por el océano, compartió palabras, silencios y sonidos con unos músicos y se retó a otros. Y nunca pisó tierra firme.

Baricco embellece la sencillez de las emociones, la ternura de sus planteamientos extremos (al Zweig de sus relatos más entrañables me recuerda). Su retrato de Novecento, ese pianista imposible, nos congracia con la pureza de la música y la inmensidad del océano.

domingo, 4 de agosto de 2013

HERMOSOS Y MALDITOS… EL CIELO Y EL INFIERNO


"Con un sollozo la muchacha lo rodeó con sus brazos, apoyándose en él, mientras la luna, atenta a su trabajo sempiterno de disimular la fealdad del mundo, derramaba miel ilícita sobre la calle soñolienta”

La palabra de Fitzgerald, elegante y cruel, de una precisión asombrosa y una profundidad conmovedora, decora hermosamente su segunda novela: Hermosos y malditos (The beautiful and the damned, 1922), caligrafía suprema para una radiografía tan radiante como amarga de la era del jazz, los ambientes elitistas del Nueva York de los años de la Primera Guerra Mundial por los que el autor y su pareja deambularon entre fiestas, éxito, alcohol y decadencia. Cuesta no percibir al propio Scott y a Zelda retratados en alguno de los muchos y variopintos episodios por los que transitan patéticamente sus personajes.

“Nunca se quiere a las personas que hacen cosas por ti”

Hoy aquello, tan perfectamente descrito por la pluma del maestro, parece envuelto en una burbuja de irrealidad algodonada. Entonces Francis Scott Fitzgerald retrataba lo que mejor conocía: el lujo, la opulencia, la superficialidad, el exceso, la vagancia, la frivolidad y la belleza que ciegan a unos personajes detestables, hedonistas sin cerebro, Anthony Patch al frente, y su irresistible, arrebatadora e insoportable Gloria. Las páginas se recrean con una fluidez y encanto irresistibles en el romance, amor, desamor y brutal hundimiento de una pareja víctima de la ignorancia descarnada de sus vidas acomodadas, cuya única preocupación es la de quedarse sin whisky en casa y sentirse viejos a los 25 años. El dinero, sutil capricho y urgente alimento, es el filo que separa su cielo de su infierno.

jueves, 25 de julio de 2013

EL FIN DEL ROMANCE… MALDITO DIOS


Dios acostumbra a entrometerse, inoportuno y castigador, en los libros de Graham Greene, carcome la conciencia de sus personajes y los conduce a reflexiones y comportamientos extremos. El fin del romance, llevada al cine excepcionalmente por Neil Jordan en 1999 (antes por Edward Dmytryk en 1955), es una novela de odio, no de amor. Es el amor, puro y cruelmente pasional, lo que despierta el odio, intenso y rencoroso, cuando el amor precisamente huye o se desvanece.

Londres, a finales de la II Guerra Mundial. Bendrix y Sarah se enamoran. Ella está casada con un hombre bueno pero gris. Ama poderosamente a Bendrix, tanto que promete dejar de quererlo si Dios no acaba con él después de caer herido entre los escombros de una casa por un bombardeo aéreo. Bendrix vive y ella lo abandona para partir en busca de Dios, para comprenderlo, para comprenderse, para creer. Para creer en algo simplemente.

Greene salta en el tiempo sin condenar a sus personajes, solo los expone desprotegidos antes, durante y después del romance. Pasea por las confesiones de un diario, recupera recuerdos, los estruja, se compadece de los débiles pero no les rinde una compasión amable. Embiste con su prosa agresiva y sus sangrantes conclusiones. ¡Cuántas veces hemos oído (o sentido) que el amor poco se distancia de la muerte!

domingo, 21 de julio de 2013

MAUGHAM Y LA BONDAD... SERVIDUMBRE HUMANA

Mirando atrás, antes de 1984, los libros de Hesse, las comedias de Tom Sharpe y alguna biografía de cine y después de las aventuras de los tres investigadores apadrinados por Alfred Hitchcock, la primera novela seria (densa, reconocida e importante, además de precisa y elegante) que cayó en mis manos fue Servidumbre humana. Me acompañó un verano en las rocas del dique, adonde la bicicleta me llevaba cada tarde de sol junto a los gatos perezosos, a orillas del frío mar del puerto. Anotaba las palabras de las que desconocía su significado y al llegar a casa las buscaba en un diccionario. Así aprendí también a callar, o a decir solo lo conviene decir.

Setecientas páginas creo que tenía el tomo que cargaba en la mochila. En él me sumergí fascinado, conmovido por la bondad de Philip Carey, compadecido por su pie deforme, aturdido por la inabordable pasión con la que el pobre hombre aprendía a amar. El autor respondía a un extenso nombre, William Somerset Maugham, que al pronunciarlo desprendía la distinción caballerosa que trasladaba a sus palabras. Más tarde leí algunos de sus muchos relatos y me propuse penetrar en otras de sus novelas, que el cine puso en pantalla. Al tiempo.

Aquel libro fue quizá el punto de partida, la etapa prólogo de un largo, muy largo tour, mi travesía interminable, por las páginas de la literatura (El árbol de la ciencia, Niebla, Rebelión en la granja, El cine según Hitchcock, A sangre fría, Lolita…).

lunes, 15 de julio de 2013

DIARIO DE INVIERNO, PAUL AUSTER

Cada obra de Paul Auster encierra pedazos de su biografía (situaciones, anécdotas, recuerdos, personajes), pero sus textos más autobiográficos, A salto de mata y Diario de invierno, demuestran que cualquier vivencia de cualquier ser humano es digna de ser relatada. Es el mérito del autor, de su arte de vestir su vida y su imaginación con palabras, lo que convierte una biografía en un viaje apasionante.

En Diario de invierno, Auster abre la puerta al invierno de su vida. Por sus líneas desfilan episodios que ya han aparecido en otros libros suyos, salpicados ahora por la perspectiva que desde el presente traza una persona que siente la llegada de la vejez a punto de cumplir 64 años. Chispazos de su infancia en la memoria, sus años de hambre en París, sus padres, su mujer, un accidente de tráfico, un ataque de pánico y cada una de las 22 estancias en las que ha vivido componen, entre otros capítulos personales, la particular biografía de un libro emotivo y magistral, cálido en cualquier invierno, medicinal, vital.

Al leer a Auster me abruman las ganas de escribir. Siento placer recorriendo el sentido de sus historias, de sus palabras. Nunca llegaré a su altura (no lo pretendo), a la cotidianeidad de hacer sencillo lo más íntimo, por mucho que lo intente. Lo que pasa es que envidio no poseer sus dotes naturales para compartir el calor de mis realidades e invenciones con el interés anónimo de los lectores.

MI REINO POR UN LIBRO

Calculo que el 70% de mis lecturas se consumen en el cuarto de baño, después de comer y de cenar, en mi casa o en la de cualquiera. Ya no concibo sentarme en el retrete sin un libro en las manos (en su defecto, un periódico), páginas que paso con voracidad sin tener presente el paso del tiempo. Conviene luego perfumar el aseo o conectar un ambientador. Por temporadas me siento un devorador de libros, son etapas de viciosa necesidad por navegar entre palabras, líneas e historias, salir de aquí y flotar allá, en cualquier otro lugar, acariciar las solapas, aspirar la esencia del papel. Leo mientras camino, mientras espero a que me atiendan en el banco o en la carnicería, mientras no empieza la película o en la cola frente a la taquilla (ah no, vaya, ahora ya no se forman colas en el cine), en la espera de alguien en el lugar en el que nos hemos citado o en el asiento del coche. Leo hasta saciarme en los aeropuertos, en los aviones, en autobuses, en los bancos de los parques, en la playa, en el sofá, en la cama. Leo en castellano y en inglés. Leo y vivo. Un día sin lectura es un día vacío.

EL VERANO Y LAS MENTIRAS… MENTIRAS DE VERANO

Volví la memoria a aquellas lecturas que me habían conmovido, que me impulsaron a cerrar el libro y apretarlo contra el pecho para seguir nadando por sus páginas los días siguientes. El palacio de la luna y Chesil Beach, recordé. Auster y McEwan. Hay más. La más reciente, Mentiras de verano, siete relatos de Bernhard Schlink, cuya novela El lector también cubrí de calor hace unos años entre mis brazos.

Siete páginas veraniegas y un puñado de vidas escogidas al azar: hombres encarcelados en su incapacidad de diferenciar el engaño de la sinceridad, madres mayores que pierden la capacidad de amar, padres enclaustrados en su hermetismo permanente e hijos que anhelan diálogo, viajeros solitarios, parejas descompensadas. Unos y otros transitan por las historias y preguntas con las que el elegante escritor alemán trata de descifrar el organismo vulnerable de las personas y la insignificancia de sus vidas. Siempre en verano, cuando abrimos paréntesis y nos preguntamos si los que se toman un descanso somos nosotros, de hueso y carne, o nuestros espíritus.

LE PURE CAFÉ


Un café con leche y un vaso de agua. Un cuaderno y un bolígrafo. Un libro, El mar, de John Banville. Una mesa junto a la ventana. Una mujer subraya líneas en un libro. Dos amigas terminan de comer. Dos amigos se afanan en una charla sin fin. Un grupo de chicos se entrega a unos postres. Dos mujeres conversan afuera en la terraza. La barra en el centro, el camarero ajetreado. Jesse y Celine retoman lo que nunca terminaron. Una hora de mi vida la pasé en Le Pure Café. París. Se detuvo el tiempo.

BOOKS

Pasear es un placer. Y lo hicimos. Hasta encontrar de nuevo una librería en la que habías estado. Yo la descubrí entonces. No es de las viejas, como las que tienen ediciones muy antiguas y huelen a polvo y cerrado. Aquí hay libros nuevos. Apretados en las paredes y apilados en el suelo. Y muchos baratos. Dentro nos perdimos durante casi una hora, hasta que el dueño apagó la luz para advertirnos de que ya era hora de salir. Me habría pasado allí todo un día. En silencio, abriendo libros y tocándolos, sus tapas y sus páginas, oliéndolos, leyendo algún párrafo, siguiendo los títulos de un lado a otro de las estanterías, comprando alguno, haciéndolo tuyo. Leer es un placer. No puedo imaginarme esta vida sin un libro.


EL LENGUAJE

Así como ya no estudiamos ahora la manera en la que hablábamos antes, como hace cincuenta o cien años en cada uno de nuestros países, porque el uso y el diccionario han desterrado expresiones y palabras perdidas, dentro de unos treinta o cuarenta años los profesores enseñarán a quienes nos sobrevivan cómo se emplea el lenguaje acortado, los mensajes con iniciales, las palabras codificadas pero pronto desnudas y al alcance del conocimiento cotidiano. Y OMG será Oh my God. Y todo el mundo se despedirá de todo el mundo con LOL, es decir, lots of love. Y ya no volveremos a escribir más qué, por, de, para, porque o también, sino q, x, d, xa, pq o tb. No sé cómo te mandaré entonces mis besos ni si me comprenderás si te digo con otros signos o vocablos que desearía que estuvieras aquí. Pero con las miradas, con los suspiros, los silencios y los gestos universales todos nos seguimos entendiendo sin necesidad de las palabras, cualquiera que sea la parte del mundo de la que procedemos.

domingo, 14 de julio de 2013

AUSTER EN LA CARRETERA. EL PALACIO DE LA LUNA

Desde que comencé con Mr. Vértigo, no sé hace cuánto tiempo, me obligo a leer dos o más libros de Paul Auster al año, o a releer alguno. No es un vicio, es un desvío en el trayecto literario que voy tomando con el paso de la edad, es una parada en la casa de un amigo que me va a sorprender con los relatos más impredecibles, cada uno agrupado en una novela llena de ramificaciones argumentales con personajes tan puramente reales como fantasmales, producto de una desbordada imaginación o de una destapada tentación por narrar lo que no nos atrevemos a contar. De vacaciones por el Norte de Europa, fui repartiendo desde el inicio hasta el final las páginas contagiosas y desgarradoras de El Palacio de la Luna, una de las obras cumbres de Auster que tenía pendiente. Una obra maestra a la altura de Leviatán o la Trilogía de Nueva York.

La prosa sencilla y hábilmente manejada por Auster posee la irreprochable cualidad de conducir al lector de una a otra página sin descanso, queriendo leer más incluso cuando el sueño obliga a apagar la lámpara de la mesilla. En El Palacio de la Luna el autor norteamericano consigue hacernos caminar al lado de las paralelas situaciones que viven Marco Fogg, Thomas Effing y Solomon Barber, personajes fantásticos enredados en la soledad a la que los ha conducido un pasado plagado de incógnitas. Los desenlaces de sus existencias acaban produciendo una impagable emoción, nos acercan al escalofrío, a la lágrima, como muy pocos novelistas son capaces de plasmar con la elección clarificadora de sus palabras y con la perspicacia de ofrecernos en sus creaciones el espejo que refleja muchas de nuestras inquietudes, nuestros sueños, nuestros propios fantasmas.

DOS RELATOS (SHEPARD, BOLAÑO)

Insisto. Me gusta sumergirme en la corriente pasajera que se agita entre las fronteras de un relato o un cuento, entrar y salir rápidamente en una porción de universo. Algunos de Julian Barnes, Truman Capote, Anton Chéjov, Ian McEwan y Richard Ford han pasado por mis manos en los últimos meses. De Sam Shepard también los he alabado. Repito elogios a Roberto Bolaño. Me paro un momento en un relato de cada autor admirado, dos pequeñas o grandes aventuras que me han conmovido

Shepard prescinde de título para contar en menos de veinte páginas, sin diálogos y con frases cortas, sin concesión a la lágrima ni a la compasión pero provocando en el lector una angustiosa sensación de sequedad en su garganta, los cuidados que una familia tuvo que dispensar a una persona enferma durante un año, un ser querido al que le revienta la cabeza una tarde y requiere de la cercanía de los suyos para seguir conectado, con o sin voluntad, a la vida. Este relato sensacional aparece en las últimas páginas de su breve y célebre colección Crónicas de motel.
En otro lado, pero no en un extremo opuesto ya que produce las mismas sensaciones, Bolaño pasea por los años de una joven incapaz de clavar raíces de ningún tipo en el relato Vida de Anne Moore, el que cierra su libro Llamadas telefónicas. Con breves intercambios de palabras sin saltos de párrafo, el autor chileno navega sin etapas de transición, sin tiempo para el reposo, por los días de zozobra en los que la frágil, indecisa y díscola protagonista salta de un país a otro, de continente en continente, de pareja a amante o de amigo a desconocido en busca de una felicidad sólo sugerida al alcance de los sueños.

RELATOS DE SHEPARD (EL GRAN SUEÑO DEL PARAÍSO)

Me gusta leer más de un libro al mismo tiempo para repartir mis lecturas a lo largo del día. Si es posible, prefiero alternar una obra larga, una novela, con otra obra corta que tenga a mano. Por eso me conformo también con leer relatos o cuentos, un género con mucho por explorar y cargado de auténticas joyas. Los relatos de un libro de relatos son como las canciones de un disco. “La primera canción de la cara B es buenísima, el resto es prescindible… ninguno de los ocho buenos relatos alcanza la grandeza del tercero”.

Los relatos pueden omitir las explicaciones para darnos mucho más que pensar. Las ideas que apuntan y los pedazos de las vidas que narran nos permiten imaginar lo que no nos ha contado más allá de las páginas que abarcan. Dicen que un buen relato es aquel en el que tiene más valor lo que no se cuenta, lo que está detrás de los que se cuenta. Si leyera más no tendría tanto tiempo para dedicarle a escuchar discos y ver películas, pero entre mi modesto número de lecturas acabo de incluir un breve libro de relatos del autor dramaturgo (dramaturgo, músico, actor y director de cine también) Sam Shepard, una fascinante personalidad de la cultura norteamericana de finales de siglo XX.

Recomiendo una publicación titulada El gran sueño del paraíso, poco más de 150 páginas y casi una veintena de piezas cortas que describen con palabras y silencios el universo presente en casi todas sus obras, el que componen seres solitarios, personajes traumatizados, parejas rotas en la busca de sí mismas, moteles tristes, emociones a la deriva, los Estados Unidos. La pluma clara, precisa y sencilla de Shepard revela en esta colección de relatos situaciones desoladoras y desenlaces sorprendentes con una amarga sobriedad, sin el fatalismo de otros relatadores como John Cheever o Raymond Carver. Ya ha conseguido que siga comprando más libros suyos.